“Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás.” (Arthur Schopenhauer)

El imitador de voces - Thomas Bernard


EL CARTERO
En Lend dejaron cesante a un cartero, que durante años no repartió todas las cartas de las que sospechaba noticias tristes ni, como es natural, todas las esquelas que recibía, sino que las quemaba en su casa. Finalmente, el Correo hizo que lo internaran en el manicomio de Scherrnberg, donde, con uniforme de cartero, va de un lado a otro repartiendo continuamente cartas, que echa en un buzón colocado expresamente para ello por la administración del manicomio, y que están dirigidas a los demás pacientes. Inmediatamente después de ser internado en el manicomio de Scherrnberg, el cartero pidió su uniforme de cartero, según se dice, para no tener que volverse loco.

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EL CONCIERTO DE MÁS ÉXITO
Una, así llamada, Asociación de música de cámara, conocida por tocar sólo música antigua en instrumentos antiguos originales, y que sólo incluye en su programa a Rossini, Frescobaldi, Vivaldi y Pergolesi, tocó en un viejo castillo del Attersee y tuvo el mayor éxito de su vida. Los aplausos no terminaron hasta que a la Asociación de música de cámara no le quedó una sola propina en el programa. Sólo al día siguiente supieron los músicos que habían tocado en un establecimiento para sordomudos.

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EMIGRADO

Emigrado hace once años a Australia y vuelto otra vez hace dos años a su Estiria natal, mi antiguo compañero de colegio emigró otra vez hace seis meses a Australia y volverá otra vez a la Estiria y emigrará una y otra vez a Australia y volverá otra vez a la Estiria hasta que, en Australia o en la Estiria, encuentre reposo. Ya su padre, un oficial de panadero del valle del Möll, que fue al colegio con mi padre, emigró durante su vida veinte veces por lo menos de Carintia a la Estiria, hasta que por fin encontró reposo en Carintia, en Andorf, junto a Sankt Veit an der Glan, donde en la vieja fragua, que fue su última residencia, se ahorcó de un gancho de hierro, por nostalgia de la Estiria, sin pensar en su mujer y en sus hijos, como se le reprochó entonces y todavía mucho tiempo después de su muerte.

El imitador de voces, de Thomas Bernhard

Hijos de Europa - Czeslaw Milosz



Nosotros, a quienes la dulzura del día penetra hasta los pulmones
y vemos ramas que florecen en mayo,
somos mejores que los que perecieron.

Nosotros, que saboreamos la comida al masticar
y valoramos en su totalidad los juegos amorosos,
somos mejores que ellos, los enterrados.

De los hornos abrasadores, tras la alambrada donde silba el
viento de interminables otoños,
de las batallas, cuando en un espasmo ruge el viento herido,
nos salvamos gracias a la astucia y al conocimiento.

Enviando a los otros a lugares más peligrosos,
azuzándolos con gritos para la batalla,
retirándonos cuando preveíamos que todo estaba perdido.

Teniendo para elegir la propia muerte y la muerte de un amigo
elegimos su muerte, pensando fríamente: ojalá se cumpla.

Cerramos herméticamente las puertas de las cámaras de gas, robamos pan
sabiendo que el día siguiente sería más duro que el anterior.

Como corresponde a los hombres, conocimos el bien y el mal.
Nuestro malicioso conocimiento no tiene igual en la tierra.

Hay que dar como demostrado que somos mejores que ellos,
crédulos, impulsivos pero débiles, que valoraban poco su propia vida.

Los heraldos negros - Cesar Vallejo



Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre!, vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡yo no sé!
Cesar Vallejo

Libro del desasosiego - Fernando Pessoa

“Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la sustancia del alma. Todo en mí es tendencia para ser a continuación otra cosa; una impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones milimétricas de cada palabra proferida; pero al oírlo, no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces, repito a alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir, en cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que él me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado. Soy dos, y ambos mantienen la distancia -hermanos siameses que no están unidos.”

El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa

Cuadernos - Paul Valéry


Enseñanza. Una enseñanza que no enseña a plantearse preguntas es mala. Es el alumno quien debe hacer las preguntas – no el profesor.
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Los niños preguntan: ¿por qué? – Entonces se les manda a la escuela, que los cura de ese instinto y vence a la curiosidad con el tedio.
Cuadernos (1894, 1945), de Paul Paléry

Mentiras piadosas


Invento mentiras piadosas
y endulzo los recuerdos
con historias no vividas
para ocultar el lado oscuro
que hay detrás de mi sonrisa.

Leopoldo María Panero

EL LOCO MIRANDO DESDE LA PUERTA DEL JARDÍN

Hombre normal que por un momento
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar al pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo mi ruina.

Poemas del manicomio de Mondragón

Lucha de Gigantes - Antonio Vega

Al Lector - Charles Baudelaire

El pecado, el error, la idiotez, la avaricia,
nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a los remordimientos amables engordamos
igual que a sus parásitos los pordioseros nutren.
Nuestro pecar es terco, la contrición cobarde;
con creces nos hacemos pagar lo confesado
y volvemos alegres al camino enfangado
pensando que un vil llanto lave todas  nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
quien largamente mece nuestro hechizado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
lo ha evaporado todo este sabio alquímista.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
Encontramos encantos a objetos repugnantes;
hacia el infierno damos un paso cada día
sin horror, a través de tinieblas que hieden.

Igual que un libertino pobre que besa y come
el pecho torturado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos con fuerza cual a vieja naranja.

Preso y hormigueante, como a un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios bulle en nuestros cerebros
y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
desciende, río invisible, con apagado llanto.

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
no bordaron aún con sus gratos dibujos
el banal cañamazo de nuestra suerte mísera,
es que nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante osada.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
en el infame zoo de nuestras corrupciones,

¡hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Aunque no gesticule ni lance grandes gritos,
gustosamente haría de la tierra un desecho
y dentro de un bostezo al mundo engulliría;

¡Es el tedio! —Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!